Segunda parte de este
relato sobre el chico mago de Bo-dam. Por supuesto, es imprescindible leer la primera parte para comprender el relato entero.
Un saludo.
Azufre IIOtro día más en Bo-dam... ¿O no?. La luz, filtrada finamente a través de las vidrieras de la posada, consiguió despertarme enseguida. Me revolví varias una veces antes de levantarme de mi lecho, y me vestí presto para otro día más en el pueblo escondido en la montaña.
Una serie de recuerdos inundaron mi mente cuando estaba realizando la rutina diaria... Un rayo de alegría inundó mi cara, formando una pronunciada sonrisa de suficiencia. Bajé a toda velocidad al piso bajo de la posada, y me encontré con todos ellos. Mi familia. No había sido borrada de mi vida como si de un sueño se tratase.
Al menos, no todavía.
Me senté en la mesa con ellos y pedí el desayuno. Pronto, y de nuevo, volvimos a enfrascarnos mi familia y yo en otra conversación sin sentido, en la que, llegado un punto, les explicaba lo que la palabra “Bo-dam” significaba verdaderamente.
-Bueno, desde el principio de los tiempos, la gente de aquí se sabía el truquito ese que os he comentado del azufre. Así, le pusieron a lo que por aquél entonces eran tres ó cuatro casitas el nombre de “azufre”, en lengua antigua, “Bo-dam”. El olor a azufre ha sido siempre el que ha salvado miles de vidas de los lugareños. Esto era siempre objeto de curiosidad por parte de...
Estaba en plena conversación, y desayunando con rapidez cuando mi profesor entró por la posada con un gesto un poco preocupado.
Acudí presto para saber qué quería.
-¡Buenos días...! - al ver mi mueca enfurruñada y molesta, fue directamente al grano - Verás... Tengo una pequeña tarea para ti hoy. Sé – mi queja era inminente cuando me comentó el motivo de aquella tarea – que hoy ibas a dedicar el día a estar con tu familia, y créeme cuando digo que quiero que así sea, pero ha habido un problema. Se ha encontrado un objeto muy extraño en lo alto de Bo-dam. Parece que emite energía mágica. Sé lo que piensas – de nuevo, se anticipó a mi nueva queja –, de hecho el Consejo ha sopesado esa posibilidad, pero, piénsalo. ¿Cómo va a ser una trampa? No estamos en guerra con nadie. Y nuestro pueblo no está amenazado por nada, ni tenemos noticia de que haya por las cercanías
alguien que quiera hacer daño simplemente por gusto capaz de inventar una trampa.
»Así que te acercarás a por el objeto. Lo notarás nada más asciendas a la parte superior del precipicio, así que lo único que necesitas es seguir el rastro mágico. Sería una buena idea el practicar tu hechizo de levitación y...
A partir de ahí, mi mente voló para trazar un plan que me permitiera acabar la tarea lo antes posible para volver con mi familia. En menos de lo que me imaginé, me hallaba levitando hacia donde ya podía notar el origen de la piedra mágica. Tuve que caminar sólo un poco sobre la roca, que acababa metros más allá perdida en un bosque, hasta que...
Allí estaba. Sin duda, era aquella.
Me quedé maravillado por todos los tonos verdosos que irradiaba aquel mísero diamante en bruto. Cada una de sus perfectas aristas reflejaba la luz solar y, habiendo adquirido un nuevo tono esperanza de diferentes matices verdes, se proyectaba en miles de nuevas direcciones nuevas, multiplicando la belleza del paisaje. A pesar del festival de colores, la transparencia de la piedra era indiscutible. El mineral era de por sí precioso, e indudablemente de ensueño, pero lo que más me llamaba la atención era su pureza. La energía que manaba de él era pura, justo la energía que
a mí más me hechizaba.
Todo lo que siempre quise al alcance de la mano...
Sin embargo, no era tonto. Primero hice un pequeño reconocimiento del lugar, y traté de encontrar la presencia de otra fuente de poder... Y no la encontré.
No era tonto. Al menos... no del todo.
Cuando mis dedos fueron a apoyarse en la superficie, sucedió mi perdición. Los colores del diamante se tornaron horriblemente rojos, para luego desaparecer.
La quemadura de energía me calcinó las yemas de los dedos, y grité tan fuerte como pude al notar el dolor. Un dolor que sólo era anticipo de lo que estaba por llegar.
Un sonido anormal me alertó. Era una mezcla entre el crujido de los troncos de un árbol al caer por culpa de una fuerza inmensa y el desplazamiento de una enorme mole por la superficie. El resto de sonidos quedaban ahogados ante la potencia atronadora de este ruido.
Mis músculos quedaron contraídos ante una corazonada. Me giré hacia el lugar de donde provenía el ruido. Mis suposiciones trascurrían como una serie de secuencias lógicas. Tenía el volcán justo a la espalda, al otro lado de la gran grieta en cuyas profundidades se hallaba Bo-dam, por lo que no podía ser que...
Por si acaso, olfateé el aire en busca del olor característico que, supuestamente, tenía que encontrar. Podía notar muchos olores, me costó poco tiempo clasificarlos según la teoría aprendida en el Templo, pero...
Ni rastro del característico olor a azufre.
Pronto descubrí, aterrado, que la temperatura del ambiente había crecido de forma notable. Casi comencé a sudar, pero no sabía si era por los nervios, por el calor, o por ambas cosas.
Sentía demasiadas cosas en ese momento. Así que lo único que me quedaba era esperar, y esperar...
Y esperar...
Hasta que llegase la respuesta, hasta que ante mis ojos se reflejó una inmensa masa de lava desplazándose a toda velocidad hacia mí...
Hacia el precipicio...
Hacia Bo-dam...
Hacia mi familia...
Quise correr. Quise darme la vuelta y apresurarme a avisar a mi familia, a mi maestro, a los magos. Quise intentar salvar al pueblo. Me negaba a aceptar que la lava había avanzado demasiado, que el plan de protección del pueblo era imposible de realizar en tan poco tiempo, que no iba a poder hacer nada.
Pero eran mis piernas las que tenían el poder ahora. Y eran las que se negaron a cualquier movimiento.
Cuando la lava estuvo a punto de abalanzarse sobre mí, levanté la mano derecha, aquella cuyos dedos se me habían quemado al tocar el diamante, como gesto instintivo para alcanzar la muerte con mayor rapidez.
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No sé muy bien cómo me salvé. Creo que, en un último intento por seguir con vida, mi subconsciente había invocado un hechizo que me protegió del fuego.
Desperté sobre una superficie con formas suaves, probablemente procedente de la solidificación del magma.
Al principio había tratado de, desesperado, buscar la fisura en la que el pueblo debía de estar; pero me fue inútil. El panorama era obvio: todo había sido engullido por aquel, ahora, pacífico y estúpido material grisáceo.
Luego, creí y deseé con todas mis fuerzas que ese no fuese el sitio que yo me había supuesto. Que me hubiese teleportado o algo así, yo qué sé. Pero el volcán, al oeste de la grieta de Bo-dam, seguía allí, entre las oscuras nubes.
Aquello estaba masacrado, y yo, peor aún.
No quedaba nada. Nada. Nada. Ni un recuerdo, ni un objeto, ni un alma. Nada.
Los momentos siguientes a mi despertar fueron de lo más desconcertantes, puesto que mi mente trató de borrarlos para ahorrarme dolor en el futuro. Sólo sé que lloré, volqué, rodé, pataleé y pegué puñetazos contra el suelo como si de un niño se tratase.
Un niño huérfano.
Al final, o al principio, qué más da cómo lo llamase, un rayo de luz – no de esperanza – borró toda idea de suicidio, al menos por el momento. La piedra, el día anterior, el mendigo cuyo poder había sentido...
En mi cabeza comenzó a cobrar sentido una idea, que había sido armada pieza por pieza.
Recordé la historia del chico que tenía el mayor poder jamás contado. Recordé a ese "
alguien que quiera hacer daño simplemente por gusto".
Mi corazón pasó de estar alimentado por el fuego de la angustia a funcionar por las llamas de la venganza. Me levanté lentamente del suelo, y supe qué debía hacer. Supe a quién iba a perseguir, y a quien iba a tratar de asesinar. No sabía cómo, pero sabía que lo encontraría, y que podría ver en sus ojos de color carmesí y esmeralda el reflejo de mi triste mirada.
Sólo me quedaba algo por hacer allí.
Por medio de la magia, improvisé un pequeño tributo a los habitantes de Bo-dam, grabado en la piedra. Me encargué de que aquel tallado se repitiese cada 5 días, para que ni la lava, que había borrado mi vida, lo borrase. La última línea rezaba así:
Ni la lava nos hará olvidar
La triste historia de la ciudad arrasada
La ciudad que un día se llamó Bo-dam
La ciudad que del mundo quedó borrada.
He aquí uno que jura,
He aquí uno que afirma ser el Azufre
Para que algún día se consuma
La vida del que se baña en la podedumbre
De matar disfrazado de pobreza.
Así, juro no sesgar
Sino ensombrecer
No eliminar
Sino entorpecer
La vida de aquel a quien la culpa le pesa.
Por siempre.
Para siempre.Antes de partir, comprendí que mi anterior nombre ya carecía de sentido. Mi nombre ahora sería Bo-dam. Sería el Azufre, el que anunciase la tragedia del chico de la mirada escarlata. Sería el que protegiese a todo el mundo de la amenaza. “Bo-dam. Bo-dam. Bo-dam...”
Repetí el nombre hasta que el sol finalmente se escondió de la noche, de mi corazón