miércoles, 21 de enero de 2009

Hassack y Hasser 5// Azufre II

Segunda parte de este relato sobre el chico mago de Bo-dam. Por supuesto, es imprescindible leer la primera parte para comprender el relato entero.

Un saludo.

Azufre II


Otro día más en Bo-dam... ¿O no?. La luz, filtrada finamente a través de las vidrieras de la posada, consiguió despertarme enseguida. Me revolví varias una veces antes de levantarme de mi lecho, y me vestí presto para otro día más en el pueblo escondido en la montaña.

Una serie de recuerdos inundaron mi mente cuando estaba realizando la rutina diaria... Un rayo de alegría inundó mi cara, formando una pronunciada sonrisa de suficiencia. Bajé a toda velocidad al piso bajo de la posada, y me encontré con todos ellos. Mi familia. No había sido borrada de mi vida como si de un sueño se tratase.

Al menos, no todavía.

Me senté en la mesa con ellos y pedí el desayuno. Pronto, y de nuevo, volvimos a enfrascarnos mi familia y yo en otra conversación sin sentido, en la que, llegado un punto, les explicaba lo que la palabra “Bo-dam” significaba verdaderamente.

-Bueno, desde el principio de los tiempos, la gente de aquí se sabía el truquito ese que os he comentado del azufre. Así, le pusieron a lo que por aquél entonces eran tres ó cuatro casitas el nombre de “azufre”, en lengua antigua, “Bo-dam”. El olor a azufre ha sido siempre el que ha salvado miles de vidas de los lugareños. Esto era siempre objeto de curiosidad por parte de...

Estaba en plena conversación, y desayunando con rapidez cuando mi profesor entró por la posada con un gesto un poco preocupado.

Acudí presto para saber qué quería.

-¡Buenos días...! - al ver mi mueca enfurruñada y molesta, fue directamente al grano - Verás... Tengo una pequeña tarea para ti hoy. Sé – mi queja era inminente cuando me comentó el motivo de aquella tarea – que hoy ibas a dedicar el día a estar con tu familia, y créeme cuando digo que quiero que así sea, pero ha habido un problema. Se ha encontrado un objeto muy extraño en lo alto de Bo-dam. Parece que emite energía mágica. Sé lo que piensas – de nuevo, se anticipó a mi nueva queja –, de hecho el Consejo ha sopesado esa posibilidad, pero, piénsalo. ¿Cómo va a ser una trampa? No estamos en guerra con nadie. Y nuestro pueblo no está amenazado por nada, ni tenemos noticia de que haya por las cercanías alguien que quiera hacer daño simplemente por gusto capaz de inventar una trampa.

»Así que te acercarás a por el objeto. Lo notarás nada más asciendas a la parte superior del precipicio, así que lo único que necesitas es seguir el rastro mágico. Sería una buena idea el practicar tu hechizo de levitación y...

A partir de ahí, mi mente voló para trazar un plan que me permitiera acabar la tarea lo antes posible para volver con mi familia. En menos de lo que me imaginé, me hallaba levitando hacia donde ya podía notar el origen de la piedra mágica. Tuve que caminar sólo un poco sobre la roca, que acababa metros más allá perdida en un bosque, hasta que...

Allí estaba. Sin duda, era aquella.

Me quedé maravillado por todos los tonos verdosos que irradiaba aquel mísero diamante en bruto. Cada una de sus perfectas aristas reflejaba la luz solar y, habiendo adquirido un nuevo tono esperanza de diferentes matices verdes, se proyectaba en miles de nuevas direcciones nuevas, multiplicando la belleza del paisaje. A pesar del festival de colores, la transparencia de la piedra era indiscutible. El mineral era de por sí precioso, e indudablemente de ensueño, pero lo que más me llamaba la atención era su pureza. La energía que manaba de él era pura, justo la energía que a mí más me hechizaba.

Todo lo que siempre quise al alcance de la mano...

Sin embargo, no era tonto. Primero hice un pequeño reconocimiento del lugar, y traté de encontrar la presencia de otra fuente de poder... Y no la encontré.

No era tonto. Al menos... no del todo.

Cuando mis dedos fueron a apoyarse en la superficie, sucedió mi perdición. Los colores del diamante se tornaron horriblemente rojos, para luego desaparecer.

La quemadura de energía me calcinó las yemas de los dedos, y grité tan fuerte como pude al notar el dolor. Un dolor que sólo era anticipo de lo que estaba por llegar.

Un sonido anormal me alertó. Era una mezcla entre el crujido de los troncos de un árbol al caer por culpa de una fuerza inmensa y el desplazamiento de una enorme mole por la superficie. El resto de sonidos quedaban ahogados ante la potencia atronadora de este ruido.

Mis músculos quedaron contraídos ante una corazonada. Me giré hacia el lugar de donde provenía el ruido. Mis suposiciones trascurrían como una serie de secuencias lógicas. Tenía el volcán justo a la espalda, al otro lado de la gran grieta en cuyas profundidades se hallaba Bo-dam, por lo que no podía ser que...

Por si acaso, olfateé el aire en busca del olor característico que, supuestamente, tenía que encontrar. Podía notar muchos olores, me costó poco tiempo clasificarlos según la teoría aprendida en el Templo, pero...

Ni rastro del característico olor a azufre.

Pronto descubrí, aterrado, que la temperatura del ambiente había crecido de forma notable. Casi comencé a sudar, pero no sabía si era por los nervios, por el calor, o por ambas cosas.

Sentía demasiadas cosas en ese momento. Así que lo único que me quedaba era esperar, y esperar...

Y esperar...

Hasta que llegase la respuesta, hasta que ante mis ojos se reflejó una inmensa masa de lava desplazándose a toda velocidad hacia mí...

Hacia el precipicio...

Hacia Bo-dam...

Hacia mi familia...

Quise correr. Quise darme la vuelta y apresurarme a avisar a mi familia, a mi maestro, a los magos. Quise intentar salvar al pueblo. Me negaba a aceptar que la lava había avanzado demasiado, que el plan de protección del pueblo era imposible de realizar en tan poco tiempo, que no iba a poder hacer nada.

Pero eran mis piernas las que tenían el poder ahora. Y eran las que se negaron a cualquier movimiento.

Cuando la lava estuvo a punto de abalanzarse sobre mí, levanté la mano derecha, aquella cuyos dedos se me habían quemado al tocar el diamante, como gesto instintivo para alcanzar la muerte con mayor rapidez.

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No sé muy bien cómo me salvé. Creo que, en un último intento por seguir con vida, mi subconsciente había invocado un hechizo que me protegió del fuego.

Desperté sobre una superficie con formas suaves, probablemente procedente de la solidificación del magma.

Al principio había tratado de, desesperado, buscar la fisura en la que el pueblo debía de estar; pero me fue inútil. El panorama era obvio: todo había sido engullido por aquel, ahora, pacífico y estúpido material grisáceo.

Luego, creí y deseé con todas mis fuerzas que ese no fuese el sitio que yo me había supuesto. Que me hubiese teleportado o algo así, yo qué sé. Pero el volcán, al oeste de la grieta de Bo-dam, seguía allí, entre las oscuras nubes.

Aquello estaba masacrado, y yo, peor aún.

No quedaba nada. Nada. Nada. Ni un recuerdo, ni un objeto, ni un alma. Nada.

Los momentos siguientes a mi despertar fueron de lo más desconcertantes, puesto que mi mente trató de borrarlos para ahorrarme dolor en el futuro. Sólo sé que lloré, volqué, rodé, pataleé y pegué puñetazos contra el suelo como si de un niño se tratase.

Un niño huérfano.

Al final, o al principio, qué más da cómo lo llamase, un rayo de luz – no de esperanza – borró toda idea de suicidio, al menos por el momento. La piedra, el día anterior, el mendigo cuyo poder había sentido...

En mi cabeza comenzó a cobrar sentido una idea, que había sido armada pieza por pieza.

Recordé la historia del chico que tenía el mayor poder jamás contado. Recordé a ese "alguien que quiera hacer daño simplemente por gusto".

Mi corazón pasó de estar alimentado por el fuego de la angustia a funcionar por las llamas de la venganza. Me levanté lentamente del suelo, y supe qué debía hacer. Supe a quién iba a perseguir, y a quien iba a tratar de asesinar. No sabía cómo, pero sabía que lo encontraría, y que podría ver en sus ojos de color carmesí y esmeralda el reflejo de mi triste mirada.

Sólo me quedaba algo por hacer allí.

Por medio de la magia, improvisé un pequeño tributo a los habitantes de Bo-dam, grabado en la piedra. Me encargué de que aquel tallado se repitiese cada 5 días, para que ni la lava, que había borrado mi vida, lo borrase. La última línea rezaba así:

Ni la lava nos hará olvidar
La triste historia de la ciudad arrasada
La ciudad que un día se llamó Bo-dam
La ciudad que del mundo quedó borrada.

He aquí uno que jura,
He aquí uno que afirma ser el Azufre
Para que algún día se consuma
La vida del que se baña en la podedumbre
De matar disfrazado de pobreza.

Así, juro no sesgar
Sino ensombrecer
No eliminar
Sino entorpecer
La vida de aquel a quien la culpa le pesa.

Por siempre.
Para siempre.



Antes de partir, comprendí que mi anterior nombre ya carecía de sentido. Mi nombre ahora sería Bo-dam. Sería el Azufre, el que anunciase la tragedia del chico de la mirada escarlata. Sería el que protegiese a todo el mundo de la amenaza. “Bo-dam. Bo-dam. Bo-dam...”

Repetí el nombre hasta que el sol finalmente se escondió de la noche, de mi corazón

jueves, 15 de enero de 2009

Hassack y Hasser 4 // Azufre I

Tras más de medio año sin escribir nada sobre Hassack y Hasser, al final me he decidido. Sin embargo, esta vez quiero añadir un nuevo personaje a el mini-relato de los hermanos, que, si habéis leído los tres relatos anteriores, sabréis cuál será la relación que los une enseguida. Eso sí, habrá una breve diferencia: Lo escribiré en primera persona, por probar algo nuevo.

Nada más. Un abrazo.

Azufre I



Otro día más en Bo-dam. La luz, filtrada finamente a través de las vidrieras de la posada, consiguió despertarme enseguida. Me revolví sólo una vez antes de levantarme de mi lecho, y me vestí presto para otro día más en el pueblo escondido en la montaña.

La montaña donde se hallaba situado Bo-dam era de una altura escasa. Sin embargo, la gente del pueblo se las había apañado pocas décadas atrás para construir sus casas de madera dentro de una profunda grieta que acababa en la nada, en un barranco, y se fundía con la oscuridad cada noche.

Así, al salir de la casita construida de inusual madera, comencé a pasear por los puentes colgantes que comunicaban las dos paredes rocosas, paralelas. De vez en cuando, aprovechando un poco los huecos que el viento había acabado haciendo por accidente en la fría piedra, aparecía erigida una casita de madera. Había cientos de casitas a ambos lados del precipicio.

Conforme acabé de cruzar el último de los puentes antes de llegar a mi destino, reparé en que La Entrada estaba más concurrida que otras veces. La Gran Casa de Madera - como otros la llamaban - era la entrada a la parte interna de la ciudad, que había aprovechado una cueva mucho mayor que la de las casas de madera para edificar un gran templo. Decían que era idéntico - de hecho, así se llamaba -, en sus formas de piedra imitando la madera, a otro templo, demasiado lejos como para permitirme conocer si eso era cierto. De todas formas...

Como no iba a saberlo nunca, luchaba por evitar la curiosidad. Formaba parte de mi entrenamiento como mago.

Intenté olvidar de inmediato las razones por las que había acabado abandonando mi familia, mudándome a Bo-dam con el único propósito de conocer el Templo Idéntico, para luego más tarde ser aceptado por el maestro Yauf.

No me sorprendió ver aquel típico tono gris indiferente en su mirada cuando, por enésima vez, había llegado tarde.

- Buenos días – pude articular.

- A practicar el hechizo de fuego.

El maestro me fue claro y conciso. De inmediato le hice caso, y, tratando de olvidar cada una de mis reflexiones, levanté la mano derecha y el hechizo comenzó a brotar por mi boca en forma de verbo, por mis manos en forma de energía, y por el aire en frente de mí en forma de fuego, tomando forma de esfera.

Yauf jamás lo habría reconocido – según él, para defender mi “joven e impoluta” mente de los pensamientos orgullosos –, pero había mejorado en aquel hechizo, y mucho. Yo no era un virtuoso de la magia, como aquellos hechiceros sobre los que yo mismo me había obligado a investigar en los libros, pero la verdad es que el trabajo y el afán de superación no era algo que me faltase.

Medio lustro casi hacía que me había ido a vivir a Bo-dam. Y todo me iba tan bien...

Cuando acabé de repetir una y otra vez el repetitivo hechizo y me disponía a irme del templo, reparé en un brillo en los ojos de mi maestro, uno que antes no había visto...

Aquello indicaba...

¿Ilusión?

Como respondiendo a este interrogante, una voz totalmente conocida para mí dijo una palabra que me hizo derrumbarme:

-¡Hijo!

En ese momento, mi corazón dio tal vuelco que pensé que iba a caer desplomado en cualquier momento. Me giré lentamente y miré aquellos ojos verdes, aquella sonrisa amable – que se había tornado amarga –, aquella nariz simple y aquellas manos, como siempre, extendidas hacía mí. De no ser por sus manos, aquellas manos sencillas, impotentes, no habría sacado las fuerzas de ningún lado para salir a su encuentro.

Hubiera querido haber dicho alguna palabra de reconocimiento, de cariño; de hecho, no sé si verdaderamente llegué a proferir algo a parte de aquel farfullo estúpido, pero mi gesto habló por si solo. Me fundí con mi madre en un ansiado abrazo.

Cuando el tiempo volvió a su curso, pude ver que detrás de mi madre también estaba mi padre, mi hermana, y mi abuelo. Un sabor salado comenzó a descender por mi mejilla y me llegó a la boca.

Tras saludarlos a todos, casi comenzamos a enfrascarnos en una conversación, en la que yo no paraba de hacer preguntas (“¿Cómo está Tidán? ¿Y Gluck? ¿Qué ha sido del viejo Fodi?”), y las respuestas eran siempre alegres, rápidas, entusiastas.

Al final, decidimos salir del templo para dirigirnos a la posada más cercana.

Durante el trayecto, fui contándoles aquello más relevante sobre la ciudad. Incluso, les dije la precaución fundamental de la ciudad, llegado el punto:

-... pero las formaciones de roca se deben principalmente al volcán que hay a varios pies de aquí. No os voy a mentir, no es un volcán inactivo, suele erupcionar con cierta frecuencia. Pero, ¡tranquilos! Este pueblo ha sobrevivido tanto por sus medidas de seguridad. Afortunadamente, minutos antes de que entre en erupción, siempre emite un fuerte olor a azufre, el cual es fácilmente detectable. Esto pone en funcionamiento un sofisticado plan que envuelve a magos, que crean un escudo para el pueblo, impidiendo cualquier daño que de otro modo...

Quedé callado enseguida al notar un mendigo con la espalda plantada en la pared del edificio. Pero no me llamó la atención la inusual presencia de un vagabundo en el próspero templo, sino su mirada.

De todas formas, como si fuese un acto involuntario que habría cometido con cualquier persona, le eché una moneda a los pies del chico, que andaba envuelto en innumerables capas de ropa. Le eché lo suficiente para comer y dormir ese día.

El comentario de mi hermana me increpó un poco. Con sólo una década y media de vida, y ya diciendo esas cosas:

-¡Para eso me hubieses dado el dinero a mí!

La mirada del mendigo se posó un instante sobre mi hermana. Juraría que, al mirarla a ella, sus ojos eran rojos como el fuego, y luego, al mirarme a mí, al que le había prolongado la vida un solo día, se tornaron de color verde. Sin embargo, después bajó la mirada y quedó oculto bajo su improvisada visera de piel.

Jamás olvidaría esa mirada, y lo que estaba a punto de sucederme.

domingo, 11 de enero de 2009

Trumpets, play sick lullabies!!

¡Bueno, bueno, bueno!

Feliz año a todos =)

Falto como estoy de recursos [No tanto =P] Voy a actualizar el blog con una entrada de mi Fotolog [http://www.fotolog.com/alvaroo_v] Espero que me perdonéis =) xPP Y que comentéis. :P

No, no, no y no

Ya he dejado de ser niño. Me es inevitable que algún día me canse de regocijarme en la estúpida infancia. Quiero dar, quiero regalar, y, sobre todo, quiero sentir a los demás. Quiero conocer el mundo, quiero saber de qué trata. Quiero dejar de pedir, de recibir, quiero dejar de descansar, de escuchar.

¡Quiero hablar, y gritar!

Quiero saltar, y llegar a volar. Quiero pensar, y quiero inventar. Quiero aprender y, sobre todo, quiero llegar a entender qué es la vida en realidad.

Quiero dejar las tonterías, quiero conocer a la gente, quiero amueblar mi propia mente, quiero tener autonomía.

Pero quiero tener una dependencia a los sentimientos de los demás, sus experiencias, sus gestos.

Quiero... quiero... quiero...

Ya no sirve esa palabra.

Porque voy a saltar, y llegaré a volar. Voy pensar, y voy inventar. Voy aprender y, sobre todo, voy llegar a entender qué es la vida en realidad.