Hoy es una de esas noches en las que, al escuchar una nota demasiado alegre, me apresuro a pulsar ►►▌, para volver a poner alguna otra melodía deprimente. Vaya, es uno de esos días en los que me da por pensar que la música debe de ir perfectamente sincronizada con mis sentimientos.
Hoy es una de esas noches en las que altero sistemáticamente las leyes de la matemática pura, y por más que potencio la variable "compañía" a números escandalosamente altos, el resultado siempre sale nulo.
Hoy es una de esas noches en las que el cielo es metáfora directa de mi vida. Y todo son certezas, salvo la confusión de no saber si A remite a B, o es B la que intenta remitir a A.
Hoy es una de esas noches que serán efervescentes en el futuro. Esta nueva certeza casi hace olvidar los efectos secundarios, en especial ese que empieza por pa y acaba por sotismo, pero al considerar y sopesar la valía de este ante los síntomas, dudo de si verdaderamente debería ingerir medicamentos tan ajustados.
Hoy es una de esas noches en las que no sé si deliro por tristeza o por atisbo de la misma, que se atreve a creerse sol al intentar alzarse sobre mi vida. Aún así, a diferencia de los amaneceres, puedo retroceder en cuanto vea esos tímidos pero tajantes destellos de lo que podría estar por llegar (El cenit te sigue quedando muy lejos, ¿eh?).
Hoy es una de esas noches en las que me pregunto si verdaderamente esas pinceladas de optimismo afectan positivamente a mi vida (Una cuestión un tanto irónica, ¿no?)
Hoy es una de esas noches en las que la duda predominante es si no debería hundirme en la miseria más absoluta para luego salir con fuerzas renovadas (o morir en el intento, que no quede explícita la terrorífica posible consecuencia del hecho), en vez de seguir intentando mantenerme a flote como sea, esta vez deshaogándome en una simple bitácora.
sábado, 24 de octubre de 2009
domingo, 18 de octubre de 2009
¿Hace (otra/)una partidita de ajedrez?
Mira, pongamos el caso del ajedrez. ¿Alguna vez has jugado? Venga, me apuesto lo que quieras a que sí. Ahora, recuerda una de esas primeras partidas. No una de esas en las que sabías desde el principio que ibas a perder, porque tu primer rival era tu propio maestro; sino una de esas en las que te creías lo suficientemente poderoso como para sorprender a ese que antes era tu maestro y que ahora parecía ser el primero con el privilegio de ser vencido por ti.
¿Recuerdas cuando tenías la jugada preparada desde el principio? Ese optimismo ciego te llega hasta los ojos (¿Casualidad?), y decides trazar la jugada de principio a fin. Iras a por el rey con tu reina, obviamente. Eso será magnífico. Increíble. Deslumbrante. Una partida de ajedrez perfecta. Ya le vas pillando el sentido al ajedrez, claro, por eso las partidas de ajedrez duran tanto cuando se juegan en competición.
¡Jugadón! Ya notas ese frenesí fricky que te permite olvidar las jugadas de tu oponente y concentrarte en lo único importante: Tu propia jugada. Un peón, una torre, un alfil.
Sacas todo lo que puedes de ti mismo. Hasta mueves con grácil agilidad la mano al desplazar las piezas por el tablero. Ups, te comes un peón, un alfil, una caballo. Hasta una torre. Menudo crack. La partida se desarrolla con asombrosa rapidez, al menos, en lo que a ti respecta. El hecho de que seas tú el que mueve ficha nada más adquirir el turno, y que sea ese ex-maestro el que tarda tanto en mover, lo interpretas como síntoma evidente de que tienes la partida bajo control.
Colocas con precisión tu orgullo sobre el tablero, en forma de dama engalonada de blanco, y te preparas para arrebatar el orgullo de tu oponente, que supones que está vestido de negro allí delante. Jugada perfecta. Te atreves a soltar una sentencia de muerte:
'Jaque mate'
Casi te levantas de la silla cuando lo inevitable aparece, anunciado por esa sonrisa sarcástica que te roba tu adversario, y cuyo alimento no atinas a encontrar en el fondo de tu mente (Y, ¿por qué no decirlo?, de tu corazón). ¿Qué ha pasado?
Unos dedos como garras se abalanzan sobre tu reina. La toman entre sus manos y la sueltan de cualquier manera al lado del tablero de juego.
Buscando una explicación, tus ojos son los únicos que se atreven a seguir la línea perpendicular a donde hacía dos segundos estaba tu reina poderosamente erguida. La respuesta a tus interrogantes está allí, plantada como una mole de tierra. Una torre, que tu adversario no se ha molestado siquiera en desplazar hasta el lugar donde se situaba tu reina.
Pero lo hace, con aquello que te ha robado campando a lo largo y ancho de su cara. Aún así, se atreve a hacer un último hurto:
'Ahora sí, jaque mate'
Y entonces sientes que te hundes, que te has comportado como un chiquillo por no haber visto toda la jugada del adversario, y te arrepientes por no haberte anticipado a los acontecimientos.
Ante la mirada de tu adversario y maestro, que ha visto sustituido su botín por un gesto de compasión, casi llegas a coger a la blanca dama vestida aún de tu destrozado orgullo, pero decides que no confiarás en ella/él la próxima vez.
Porque en el fondo sabes que tu maestro/adversario te dará otra oportunidad para enfrentarte a él en otra partida de ajedrez. Y tendrás otros errores; pero este, otra vez, no. O, al menos, eso creéis.
(Venga, ¡no me digas que no sabes quién es tu maestro/adversario y qué partidas de ajedrez son las que tienes que disputar!)
¿Recuerdas cuando tenías la jugada preparada desde el principio? Ese optimismo ciego te llega hasta los ojos (¿Casualidad?), y decides trazar la jugada de principio a fin. Iras a por el rey con tu reina, obviamente. Eso será magnífico. Increíble. Deslumbrante. Una partida de ajedrez perfecta. Ya le vas pillando el sentido al ajedrez, claro, por eso las partidas de ajedrez duran tanto cuando se juegan en competición.
¡Jugadón! Ya notas ese frenesí fricky que te permite olvidar las jugadas de tu oponente y concentrarte en lo único importante: Tu propia jugada. Un peón, una torre, un alfil.
Sacas todo lo que puedes de ti mismo. Hasta mueves con grácil agilidad la mano al desplazar las piezas por el tablero. Ups, te comes un peón, un alfil, una caballo. Hasta una torre. Menudo crack. La partida se desarrolla con asombrosa rapidez, al menos, en lo que a ti respecta. El hecho de que seas tú el que mueve ficha nada más adquirir el turno, y que sea ese ex-maestro el que tarda tanto en mover, lo interpretas como síntoma evidente de que tienes la partida bajo control.
Colocas con precisión tu orgullo sobre el tablero, en forma de dama engalonada de blanco, y te preparas para arrebatar el orgullo de tu oponente, que supones que está vestido de negro allí delante. Jugada perfecta. Te atreves a soltar una sentencia de muerte:
'Jaque mate'
Casi te levantas de la silla cuando lo inevitable aparece, anunciado por esa sonrisa sarcástica que te roba tu adversario, y cuyo alimento no atinas a encontrar en el fondo de tu mente (Y, ¿por qué no decirlo?, de tu corazón). ¿Qué ha pasado?
Unos dedos como garras se abalanzan sobre tu reina. La toman entre sus manos y la sueltan de cualquier manera al lado del tablero de juego.
Buscando una explicación, tus ojos son los únicos que se atreven a seguir la línea perpendicular a donde hacía dos segundos estaba tu reina poderosamente erguida. La respuesta a tus interrogantes está allí, plantada como una mole de tierra. Una torre, que tu adversario no se ha molestado siquiera en desplazar hasta el lugar donde se situaba tu reina.
Pero lo hace, con aquello que te ha robado campando a lo largo y ancho de su cara. Aún así, se atreve a hacer un último hurto:
'Ahora sí, jaque mate'
Y entonces sientes que te hundes, que te has comportado como un chiquillo por no haber visto toda la jugada del adversario, y te arrepientes por no haberte anticipado a los acontecimientos.
Ante la mirada de tu adversario y maestro, que ha visto sustituido su botín por un gesto de compasión, casi llegas a coger a la blanca dama vestida aún de tu destrozado orgullo, pero decides que no confiarás en ella/él la próxima vez.
Porque en el fondo sabes que tu maestro/adversario te dará otra oportunidad para enfrentarte a él en otra partida de ajedrez. Y tendrás otros errores; pero este, otra vez, no. O, al menos, eso creéis.
(Venga, ¡no me digas que no sabes quién es tu maestro/adversario y qué partidas de ajedrez son las que tienes que disputar!)
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