Hassack y Hasser avanzaban a duras penas por la nieve, escalando la montaña en cuya cima se hallaba su salvación.
La nieve, que caía con tanta fuerza como si no quisiese que entrasen en su propiedad aquellos dos intrusos, borraba al instante cada una de las huellas de ambos jóvenes. Aun así, estos no se daban por vencidos, y continuaban pasando por aquel paisaje helado, resueltos y desafiantes, y habiendo perdido toda posibilidad de rendición. Aquello era ya seguir o morir, y era una decisión que ellos habían tomado antes... Una decisión, quizá, que no ofrecía más posibilidades.
Hassack, el hermano mayor, era el que más fuerzas llevaba. Movido por el amor fraternal, y por el exceso de protección que sólo el primogénito tiende a poner sobre sus hermanos menores, iba primero, cargado con los pocos alimentos que les quedaban. Estos, metidos dentro de un saco, apenas eran distinguibles entre el amasijo de ropa marrón, de aspecto totalmente viejo, y lleno de raspaduras y agujeros, que llevaba para abrigarse.
El menor, Hasser, aquel por el que habían surcado un sinfín de tierras, era aquel cuyas fuerzas flaqueaban en aquel momento tan decisivo. Sus ropas, no más nuevas que las de su hermano, también se arremolinaban en torno a él, incluso en la cabeza, hasta el punto de que sólo se le distinguía en la cara uno de sus ojos verdes, como esmeraldas, y un mechón rubio. Parecía ser mucho más chico que su hermano, a pesar de llevarse menos de medio lustro.
El frío ya hacía varias jornadas que había calado en las pieles de animales que llevaban a modo de abrigo, y se había infiltrado en sus huesos. La mano izquierda de Hasser estaba ya totalmente congelada, y éste no paraba de tocársela, para asegurarse una y otra vez que seguía ahí.
Y eso es lo que hacía el menor de los hermanos, palparse la mano, cuando lo oyeron. Aquel gruñido sordo, imponente, de la criatura que andaban buscando. Era el guardián del templo al cual necesitaban entrar desde hacía muchos años, para buscar respuestas, para dar solución a lo de Hasser. Era el monstruo de la salvación, y de la perdición.
Si escuchabas su gruñido, el más terrorífico que cualquier criatura jamás pueda imaginar, el único que te dejaba todo el miedo del mundo en el corazón, estabas de suerte. Significaba que te acercabas al templo más buscado de todos los tiempos, y también el menos encontrado.
Pero si le veías directamente, su figura, su ser,... quedabas prendido de su belleza. De su terrible belleza. Porque, segundos después, morías si no eras capaz de evitar el sentimiento que te abordaba, un sentimiento de envidia, de arrepentimiento; un sentimiento de impotencia, que te dejaba paralizado y permitía que después se acercara la criatura y acabara con tu existencia.
Así, la reacción de los hermanos ante aquel fenómeno fue inmediata: cerraron los ojos con todas sus fuerzas – o, al menos, las que le quedaban –, y trataron de acercarse el uno al otro, para no perderse. Al final, tras apelar a su hermano tres veces, Hassack pudo sostener con fuerza el brazo sano de Hasser, y por unos instantes el tiempo se paró para ambos, nada tenía sentido, sabían que tenían cada uno a su hermano a su lado.
Un hermano, pensaba Hasser, que había sido capaz de abandonar a su familia, a sus amigos, con tal de ayudarle a él, que tan poco había hecho por los demás.
Finalmente, la ilusión de protección cesó, y los dos hermanos corrieron hacia la dirección que ellos recordaban como la que seguían antes, mientras escuchaban con horror el grito de los Dos Sentidos.
Podían notar cómo se acercaba la bestia, o mejor dicho, la muerte enmascarada de belleza. Inconscientemente, Hassack había dejado de ejercer tanta fuerza sobre el brazo de su hermano, ya que éste, quizá más ágil, había comenzado a correr más veloz, y ya iba a la par de su hermano mayor.
Así estuvieron unos minutos, corriendo, con los ojos cerrados con tanta fuerza, hasta que se dieron cuenta de algo.
Un silencio sepulcral había sustituido a los anteriores gruñidos. Enseguida lo notaron, y celebraron cada uno en su interior que la bestia había desaparecido. Es decir, habían sobrevivido a ella, y podían estar tranquilos, porque no habían contemplado el rostro de la bestia, salvándose así de una supuesta maldición.
Continuaron con los ojos cerrados, hasta que sintieron un temblor en la tierra, escucharon el sonido de un cuerpo enorme y pesado al caer, y Hasser sintió la presencia de la bestia de nuevo. No su presencia, su aliento, llegándole a la nuca, erizándole el vello de puro terror.
Hassack fue el primero en reaccionar. Sabiendo de la difícil situación de su hermano, lo cogió de la muñeca otra vez, y continuó corriendo con los ojos cerrados, hasta que ocurrió lo inevitable.
El susto de Hasser fue tremendo, cuando sintió que su hermano había tropezado con un precipicio y había comenzado a caer al vacío.
Tratando de sacar todas las fuerzas que le quedaban, sostuvo con firmeza la mano de su hermano para evitar su caída al abismo. Si lo conseguía, se salvarían los dos; si no, ambos se precipitarían.
Por supuesto, aquella situación les hizo a los dos hermanos abrir los ojos. Hassack, con una mano fraternal interponiéndose entre su vida y su muerte, vio de inmediato la cara de esfuerzo de su hermano, el esfuerzo que supone el coger a alguien de mayor peso que el de uno mismo. Hasser lo que vio fue algo distinto en la cara de su hermano, surcada de una mueca de incredulidad.
De nuevo, haciendo un esfuerzo sobrehumano, Hasser tiró con todas sus fuerzas de su hermano. Todo marchaba bien, hasta que la criatura, que había quedado totalmente olvidada ante el nuevo peligro que los hermanos tenían que afrontar, hizo un nuevo acto de aparición. En el último tirón de Hasser, que tendría que dejar a su hermano ya a salvo, vio de frente a la criatura. La más hermosa de todas ellas.
Notando que su hermano había quedado hipnotizado por la criatura, Hassack comenzó a resbalarse por la nieve otra vez, y supo enseguida que su destino era aquél, acabar despeñado, mientras su hermano echaba a perder jornadas de esfuerzo al quedarse hipnotizado ante una bestia que solo profería horribles gruñidos.
Entonces, Hasser comenzó a sentirlo. Él le llamaba. La bestia no, él. Aquél a quien consideraban un problema, el culpable de que él y su hermano, si no había muerto ya, se encontrasen en un paraje desolado, aislado del mundo, buscando una salvación, una muerte a él, para dejar libre al menor de los hermanos.
¿Libre? ¿De qué? Él era poder. Hasser sólo tenía que dejarle tomar el control, ya lo había hecho muchas veces. Tendría el poder de hacer lo que sea. Matar a la bestia, y quizás...
Los ojos de Hasser cobraron una tonalidad roja intensa, una tonalidad del color de la sangre.
Se acercó a la bestia, dispuesta a matarla, a asesinarla, a demostrar quién era más fuerte. Podía hacer lo que quisiese... matar a quien quisiese.
Y salvar a quien quisiese.
Con este último pensamiento, sus ojos volvieron a ser de color esmeralda.
A su hermano... Tenía que salvar a su hermano.
Sus ojos se tornaron de color sangre ante una nueva pregunta:
¿Quién lo necesitaba?
Esmeralda.
Pero había hecho tantas cosas por él...
Sangre.
¡Qué más daba! ¡Necesitaba matar!
Esmeralda...
No... no podía darse por vencido... no podía dejar que... que...
Sangre, intensa.
Había llegado la hora.
Levantó un dedo. El simple gesto fue la sentencia de la criatura, lleno de poder, y que hizo que la criatura comenzase a tener espasmos. Así, Hasser/él contempló cómo la criatura se retorcía de dolor en la nieve, para, después de varias convulsiones más, desaparecer con un destello intenso.
Así, se abrió una puerta como en la nada. Hasser, o mejor dicho, él, entró en la puerta, sabiendo que allí se hallaba la forma de vencerle a él mismo... los manuscritos que dictaminaban cómo acabar con él... El lugar que, si era destruido, pasaría a ser historia, y no habría forma de vencerle...
La puerta estuvo a punto de cerrarse a su paso, pero, al tiempo que su figura se difuminaba en la oscuridad de la nueva sala, y acababa por desaparecer, se volvió a abrir para dar paso a un nuevo huésped.
Hassack, reventado de esfuerzo, arrastrándose por la nieve, estaba consiguiendo llegar a la puerta. Había cosas que le preocupaban, había visto a la bestia del Doble Sentido y, a pesar de que ésta había muerto a manos de él – la doble y poderosa personalidad de su hermano –, la maldición de la criatura pesaría sobre él. No sabía qué efectos tendría dicha maldición, esperaba que el haberla visto sólo por el rabillo del ojo hiciese que los efectos sean mínimos; pero continuó arrastrándose, habiendo perdido todo honor.
Al final, consiguió llegar a la puerta. Se levantó, a pesar de que sus piernas se quejaban intensamente. Pero quería recuperar el esmeralda de los ojos de su hermano...
La puerta se cerró tras pasar él, y pareció que aquello nunca hubo ocurrido.
La nieve, que caía con tanta fuerza como si desease que jamás hubiesen entrado en su propiedad aquellos dos intrusos, había borrado al instante cada una de las huellas de los jóvenes y la bestia. Aun así, uno de ellos no se había dado por vencido, y había salido de aquel paraje helado, resuelto y desafiante, y habiendo perdido toda posibilidad de rendición. Aquello era ya seguir o dejar a su hermano hacer cosas horribles, y era una decisión que el joven Hassack ya había tomado antes... Una decisión, quizá, que no ofrecía más posibilidades que la de salvar a su hermano... o asesinarlo.
1 comentario:
Sólo dos palabras.
Im Presionante... xD
Te lo digo en serio, me encanta. Flipante men, flipante :P
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