Nada más, un saludo, y comentad si puede ser! :P
Plata
Aclaración [Recuerda...]: Esta narración sigue la historia que empecé en la anterior, aquella que trataba sobre Hassack y Hasser, los dos hermanos, que estaban buscando una cura, en un templo, para el segundo de ellos, el cual poseía una doble personalidad desconocida y poderosa cuyo único objetivo era eliminar a los demás. Así, Hasser, dominado por esta fuerza demoníaca, entró primero y solo en el templo; pero su hermano le siguió, a duras penas y movido por la fe y el amor fraternal, hasta la entrada de dicho templo, esperando salvar a su hermano... o evitar que asesine a más gente inocente.
De nuevo le doy las gracias por permitirme participar en el taller, permitiéndome expresar una imaginación que me sobra a borbotones, y que de otro modo me consumiría.
Sin nada más que decir, comienza la narración:
Lo que encontró tras la puerta no era, ni mucho menos, lo que se esperaba.
Desde luego, creía que el templo al que iba tendría algún tipo de elegancia, algo que caracterizase a la nobleza.
Hassack avanzó a través de las frías paredes de roca maciza y los tapices rasgados.
Todo aquello era así, lo supo enseguida. Pero había algo anormal en el sitio, en el aire. Conforme daba apenas dos pasos, iluminado por la luz de una tea que había tomado de la pared en el principio del edificio, contempló la antigua estructura. Sus ojos no le habían engañado, comprendió tras frotárselos con ímpetu.
Quería ir a por su hermano, de veras lo quería. Pero para poder buscarlo, debía recuperar fuerzas. Se sentó en el suelo de la caverna, sintiendo cómo se le abrasaba la piel por la diferencia de temperatura entre ésta y el ambiente. Recordó cómo había perdido la bolsa con la comida, y no supo qué hacer. Se sentó en el suelo y estuvo al principio unos minutos alerta, completamente cansado.
Sólo al principio.
Se quedó profundamente dormido.
Se despertó un tiempo más tarde, ya con el cuerpo un poco más entrado en calor. Enseguida vio que había dormido en una posición un tanto rara, y sentía un dolor profundo en el brazo derecho.
Intentando recuperar la normalidad en el brazo entumecido, comenzó a moverlo, dando vueltas.
Menos mal que había dormido en una posición mala, pensaría más tarde.
En uno de los movimientos del brazo rígido, sin quererlo, vio un tapiz que, entre rasgaduras e hilos, representaba una figura humana. Adivinó sus rasgos enseguida, pero no lo creía, no podía ser verdad.
Contempló horrorizado la figura de un chico vestido con pieles de animales, con el brazo derecho, pudo deducir, en movimiento, y cuya atención parecía haber sido llamada por algo que no llegaba a verse debido al destrozo.
El chico del tapiz era él.
Alguien había predicho que él estaría allí, y había sabido que se dormiría, y que se levantaría y que...
Se hubiese sentado a reflexionar de no ser por el pánico que sentía al haber encontrado algo relacionado con el destino... siempre tan ilógico y tan presente.
Trató de dejar atrás las imágenes que le acudían a la cabeza, todas relacionadas con el destino y lo que le había atraído tiempo atrás el jugar con el destino.
En algún momento tuvo que caer, porque no se dio cuenta hasta que sintió la fría piedra acomodada en su rostro.
Sintió un profundo dolor, y creyó que se había partido el labio superior. Pero algo era más importante que aquello, algo llamó de nuevo su atención.
Los tapices ahora estaban enteros, y pudo contemplar una imagen, repetida pero con distintas perspectivas, en todos los nuevos tapices colgados en el pasillo sin fin en el que se encontraba.
De nuevo, aparecía él en las imágenes... Con una chica. Esta tenía el pelo castaño, por lo que pudo ver, puesto que estaba de espaldas. Llevaba una diadema plateada colocada en el pelo.
La mano de la joven estaba entre las suyas.
Una sonrisa sarcástica afloró la boca del chico, puesto que la última vez que había tenido una relación seria con una chica había sido hacía muchísimo tiempo.
La visión se le antojó tan absurda que creyó que se lo estaba imaginando. El frío podría haberle jugado una mala pasada, esa era desde luego la explicación más probable y correcta.
Comenzó a andar, esta vez haciendo caso omiso de las imágenes, decidiendo qué iba a hacer a cada momento. No olvidó, por tanto, el propósito de su viaje: su hermano. No sabía donde podía estar, ni qué estaría haciendo; el tiempo apremiaba, podría estar causando estragos.
De repente algo metálico vibró a sus pies. Se agachó a cogerlo, y descubrió que era una diadema plateada. No pudo menos que volver a sonreír con sarcasmo. Tuvo una corazonada y se guardó el objeto.
Permaneció parado unos instantes, hasta que de repente tuvo una idea. Se acercó a uno de los enormes tapices, que esta vez le representaba a él sobre un águila enorme, y lo apartó con cuidado.
Detrás había una puerta.
Temió hallarse en una decisión difícil, y recordando qué tapiz era el que tenía contenía detrás la puerta, se acercó al tapiz siguiente, conteniendo también la imagen del águila y él montado acercándose a una torre con forma irregular, como si de unas garras se tratase. Este detalle no le importó, porque detrás del tapiz...
... no había nada. Sólo fría piedra.
Y repitió la operación con todos los demás tapices, los próximos, los de los lados, los circundantes... Incluso, llegó a alejarse una importante serie de pasos del tapiz que contenía la puerta para encontrar, tras uno de los inmensos bordados, lo mismo: Roca sólida.
De nuevo, temió lo peor, y corrió al tapiz que, según recordaba, era el que custodiaba la puerta. Tragó saliva un instante, y corrió la gruesa tela. La respiración se le cortó, incluso más tarde juraría que su corazón había cesado, al encontrar...
...la misma puerta, de madera para nada carcomida, que seguía estando allí.
Fue estúpido, porque de veras pensó en qué hacer en ese momento. Fue un estúpido en ese instante, pero nunca lo había sido; la decisión surcó su mente bañando su cara de un gesto como de disculpa, al saber que debía de abandonar el largo pasillo... Tenía que encontrar a su hermano
Esto le dio fuerzas. Agarró el pomo con la mano, y abrió la puerta.
Al principio, cuando traspasó el umbral también plateado su cara se tornó sombría ante la existencia de un nuevo pasillo, al parecer, inmenso como el anterior.
Pero la esperanza le inundó cuando reconoció a una persona, una chica, corriendo hacia él con gesto preocupado.
Sus cabellos eran castaños. Una diadema, quizás plateada, podría quedarle bien en el pelo.
No pudo menos que sonreír de nuevo